Posts from the ‘Cuentos con sabiduria’ Category

Vivir como las flores.

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– Maestro, ¿qué debo hacer para no quedarme molesto?
Algunas personas hablan demasiado, otras son ignorantes.
Algunas son indiferentes. Siento odio por aquellas que son mentirosas y sufro.
– ¡Pues, vive como las flores!, advirtió el maestro.
– Y ¿cómo es vivir como las flores?, preguntó el discípulo.
– Pon atención a esas flores -continuó el maestro,
señalando unos lirios que crecían en el jardín.
Ellas nacen en el estiércol, sin embargo son puras y perfumadas.
Extraen del abono maloliente todo aquello que les es útil y
saludable, pero no permiten que lo agrio de la tierra manche la frescura de sus pétalos.
Es justo angustiarse con las propias culpas, pero no es sabio permitir que los vicios de los demás te incomoden.
Los defectos de ellos son de ellos y no tuyos.
Y si no son tuyos, no hay motivo para molestarse…
Ejercita entonces, la virtud de rechazar todo el mal que viene desde afuera
y perfuma la vida de los demás haciendo el bien.

Diferencias Aparentes.

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Cuatro viajeros provenientes de distintos países

que seguían la misma ruta juntaron el poco dinero que tenían para comprar comida.

-El persa dijo: comparemos angur.
-El árabe contestó: no, yo quiero inab.
-El turco no estuvo de acuerdo y exclamó: de eso nada, yo comeré uzum.
-El griego protestó diciendo: lo que compraremos será stafil.

Como ninguno sabía lo que significaban las palabras de los demás, comenzaron a pelear entre sí.
Tenían información, pero carecían de conocimiento.

Pasó por allí un hombre que dijo:

-Yo puedo satisfacer el deseo de todos ustedes, denme su dinero.

Los viajeros accedieron a la solicitud del recién llegado. Al cabo de un rato, el hombre regresó con aquello que todos habían mencionado sin saber que se referían a lo mismo: uvas.

 Hay que saber escuchar y dar tiempo al espíritu para intentar entender lo que el otro nos está diciendo.

La sabiduría del no saber..

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Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.

Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba.

Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo:

-Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles.

La gente dijo:

-No… ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte!

Nasrudin contestó:

-Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.

Dicho esto, se levantó y se fue.

La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta:

-¡Qué inteligente!

Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice “¡qué inteligente!”, para no sentirse un idiota uno repite:. Y entonces, todos empezaron a repetir: “¡si, claro, qué inteligente!”

-Qué inteligente.
-Qué inteligente.

Hasta que uno añadió:

-Si, qué inteligente, pero… qué breve.

Y otro agrego:

-Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.

Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.

Nasrudin dijo:

-No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.

La gente dijo:

-¡Qué humilde!

Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia.

Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica:

-Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles.

La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron:

-Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido.

Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió:

-Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.

Se levantó y se volvió a ir.

La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:

-¡Brillante!

Y cuando todos oyeron que alguien había dicho “¡brillante!”, el resto comenzó a decir:

-¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!

-Qué maravilloso
-Qué espectacular
-Qué sensacional, qué bárbaro

Hasta que alguien dijo:

-Si, pero… mucha brevedad.
-Es cierto- se quejó otro
-Capacidad de síntesis- justificó un tercero.

Y en seguida se oyó:

-Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría!

Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen.

La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia.

Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo:

-Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar.

Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo:

-Algunos si y otros no.

En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada.

Entonces el maestro respondió:

-En ese caso, los que saben… cuéntenles a los que no saben. Se levantó y se fue.

( Cuento Sufí )

El ángel de la muerte

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Esta narración comienza en una taberna de Bagdad, donde un discípulo de un maestro sufí se encuentra con el ángel de la muerte, que estaba visitando a quienes tenía destinado llevarse con él.

Temiendo ser uno de la lista, el joven decidió abandonar Bagdad e iniciar una larga travesía tratando de alejarse lo suficiente como para evitar encontrarse con él, antes de que venciera el plazo de su permanencia en la tierra.

Cabalgó muchas días, y al llegar a Samarkanda buscó una cueva para ocultarse y permanecer las tres semanas que necesitaba para eludir el fatal encuentro.

En su precario escondite se vio obligado a padecer frío, hambre y sed, avatares que soportó con estoicismo para lograr su objetivo de huir de la muerte.

Una vez pasadas dos semanas, decidió abandonar ese refugio para estar bien seguro de evitar el encuentro, y buscar otro en algún lugar aún más inaccesible que desalentara cualquier intento de persecución.

Durante tres largos días recorrió extensos valles, atravesó ríos e intrincadas selvas y escaló escarpadas montañas hasta que finalmente, en un lugar remoto, casi en la cima de una montaña y al borde de un precipicio, encontró una hendidura disimulada en la piedra que consideró el escondite ideal.

Se acomodó como pudo en el pequeño agujero, contento de haberle casi ganado la batalla al ángel de la muerte, cuando sólo faltaban escasas horas para que se cumpliera el plazo de su permanencia en la tierra.

Ningún ser humano había incursionado alguna vez por esos lugares tan inhóspitos, ni escalado hasta tan elevadas alturas, pero sentía que había valido la pena, porque estaba casi seguro de haber conseguido burlar al destino.

Cansado de su larga travesía y mientras aguardaba que pasaran los minutos, no pudo resistir el sueño y se quedó dormido profundamente.

Pero el peso de su cuerpo, casi al borde del precipicio, fue produciendo lentamente una profunda grieta en la húmeda tierra sobre la que reposaba y al poco tiempo, no pudo evitar desbarrancarse desde semejante altura hasta caer pesadamente al borde de un arroyo, mil metros más abajo, justo a los pies del ángel de la muerte que parecía haberlo estado esperando.

Habían sido inútiles todos sus esfuerzos y privaciones para eludir su destino, porque la muerte parecía haber contado con todos los recursos para hacer prevalecer sus deseos.

Este cuento sufí nos muestra la inutilidad de los esfuerzos para desviar el curso del destino, que si bien no está escrito, cada uno de nosotros lo va cumpliendo con aciertos y errores, con inteligencia e ignorancia, y con virtudes y debilidades; y que una vez que llega el desenlace final, ya no podrá ser admitida ninguna enmienda; y fatalmente, cualquier cosa que se haga para engañar al destino sólo servirá para provocar su cumplimiento.

Cada una de nuestras acciones que nosotros calificamos como buenas o malas produce inevitablemente una huella en nuestra existencia, una reacción de todas nuestras acciones, que resultan imposibles de borrar ni revertir; y que se sumará o restará al balance total y producirá un resultado final, que será nuestro destino fijado.

Porque somos nosotros los dueños de nuestro destino, que vamos eligiendo paso a paso, y sólo depende de nosotros el camino que seguimos.

( Cuento sufí )

El Espejo de la vida.

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Un día, cuando los empleados llegaron a trabajar, encontraron en la recepción un enorme letrero en el que estaba escrito:

"Ayer falleció la persona que impedía el crecimiento de Usted en esta empresa. Está invitado al velorio, en el área de deportes".

Al comienzo, todos se entristecieron por la muerte de uno de sus compañeros, pero después comenzaron a sentir curiosidad por saber quién era el que estaba impidiendo el crecimiento de sus compañeros y la empresa.

¡ La agitación en el área deportiva era tan grande que fue necesario llamar a los de seguridad para organizar la fila en el velorio.

Conforme las personas iban acercándose al ataúd, la excitación aumentaba:

¿Quién será que estaba impidiendo mi progreso? ¡Qué bueno que el infeliz murió!!

Uno a uno, los empleados agitados se aproximaban al ataúd, miraban al difunto y tragaban seco. Se quedaban unos minutos en el más absoluto silencio,

como si les hubieran tocado lo más profundo del alma.

Pues bien, en el fondo del ataúd había un espejo, …cada uno se veía a si mismo…. con el siguiente letrero:

"Sólo existe una persona capaz de limitar tu crecimiento: ¡TU MISMO"!

TU VIDA NO CAMBIA CUANDO CAMBIA TU JEFE, CUANDO TUS AMIGOS CAMBIAN, CUANDO TUS PADRES CAMBIAN, CUANDO TU PAREJA CAMBIA.

TU VIDA CAMBIA, CUANDO TU CAMBIAS,

ERES EL ÚNICO RESPONSABLE POR ELLA.

"EXAMÍNATE.. Y NO TE DEJES VENCER"

La ignorancia (Cuento Zen)

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Se trataba de dos amigos no demasiado inteligentes. Se despertaron a medianoche y uno le dijo al otro:

– Sal fuera y dime si ya ha amanecido. Observa si ha salido el sol.

El hombre salió al exterior y comprobó que todo estaba muy oscuro. De vuelta explicó:

– Está todo tan oscuro que no me es posible ver si el sol ha salido.

Y el otro repuso:

– No seas necio. ¿Acaso no puedes encender una linterna para ver si el sol ha salido?

Muchas veces así procede el ser humano en la búsqueda espiritual, sin utilizar sabiamente el discernimiento, la capacidad de discriminación.

El valor de las cosas. Una historia zen

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Esta es una historia que nos enseña que el verdadero valor de las cosas solo puede ser apreciado por un experto.

"Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?"
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien-asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…
El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

La rosa y el sapo.

 

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Había una vez una rosa muy bella, se sentía una maravilla al saber que era más bella del jardín.
Sin embargo un día se dio cuenta que la gente la miraba de lejos y observó que al lado de ella había un sapo negro, grande y gordo.

Al percatarse era por eso que nadie se acercaba a ella, entoces dijo muy molesta: -sapo por que no te alejas de mi, no ves que por tu culpa nadie viene a observarme?, es que eres muy feo!!.

El sapo le contesto: -esta bien si eso es lo que quieres me iré. Muy obediente el sapo se alejó brincando de la rosa.Poco tiempo después el sapo se paseaba por el jardín cuando se dió cuenta que la rosa estaba toda marchita y con muy pocos pétalos en ella y le dijo: rosa ahora si que te encuentras marchita que te pasó?.

La rosa le contestó: -es que desde que te fuiste las hormigaas me han comido día y noche, no volveré a ser la más bella del jardín. El sapo le dijo: -pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la mas bella.

Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos o que simplemente no nos sirven para nada. Todos tenemos algo que aprender de los demás o algo que enseñar.A veces hay personas que nos hacen un bien del cual ni siquiera estamos conscientes.

No hagamos acepción de personas, por su aspecto. Dios creo con el mismo amor a la rosa que al sapo.

EL CARCELERO

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En un lejano pueblo, un día, un hombre fue hecho preso por
órdenes de quien gobernaba ahí. Fue confinado a un oscuro
calabozo, al que se entraba por una gran puerta que hacia
mucho ruido al abrir y al cerrar. El carcelero, traía a la
vista una gran llave colgando, que el prisionero asumió que
pertenecia a esa puerta, lo que hacía imposible tomarla sin
que se diera cuenta.
El preso, pasó 20 años de su vida
en ese lugar. Todos los
días, el carcelero, abría la puerta y dejaba la comida y
bebida del día para el prisionero, volviendo a cerrar la
puerta.
Después de todo ese tiempo ahí, nuestro protagonista
decidió que no quería permanecer mas,pero no queria
suicidarse, por lo que pensó que sería mejor atacar al
carcelero cuando llegara para que este a su vez, lo matara
en represión.
Para estar bien seguro de lo que haría..por primera vez en
20 años, se acerco a la puerta para estudiarla y al verla,
no daba crédito a lo que veía ,la puerta no tenia candado
alguno, solo tenia un grueso pasador que era el que hacia
ruido cada vez que la abrían o cerraban.
Empezó a recordar que jamás vio al carcelero usar la
llave, ni se acordaba de que alguna vez existiera candado
alguno,abrió la puerta y salió,no vio a nadie en todo
el camino al salir a la luz del día,nadie intento
detenerlo,fue avanzando y avanzando,hasta que se dio
cuenta de algo..era libre…y durante esos 20 años..había
tenido la misma posibilidad de serlo…
Lo que lo mantuvo encerrado no era un candado.. era su
creencia de que existía un candado que lo detenía..fueron
sus miedos los que le arrebataron años que jamás
recuperaría…
Así nos pasa a nosotros…cuantas veces no somos
prisioneros de nuestros miedos y esperamos algo que nos
libere,cuando siempre fuimos libres.
Las cárceles pueden llamarse miedo a vivir, miedo a
cambiar, miedo a crecer, miedo a confiar, miedo a
arriesgarse, miedo a perdonar…
Trata de ver que es lo que te mantiene preso en tu
cárcel y abre la puerta antes de gastar mas años
queriendo morir.

Siddhartha y el Cisne

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Adiccabandhu y Pasmasri

Hace mucho tiempo, en India, vivían un rey y una reina.

Un día la reina tuvo un bebé.

Lo llamaron Príncipe Siddhartha.

El rey y la reina estaban muy felices.

Ellos invitaron a un sabio anciano para que fuera al reino a predecir la fortuna del niño.

"Por favor, dinos:" dijo la reina al sabio anciano.

"¿Qué llegará a ser nuestro hijo?"

"Vuestro hijo será un niño especial," le dijo.

" Un día llegará a ser un gran rey."

"¡Viva!" dijo el rey. ""Será un rey como yo."

"Pero," dijo el sabio, "cuando el niño crezca, podría abandonar el palacio porque querrá ayudar a la gente."

"¡El no hará semejante cosa!" gritó el rey mientras le arrebataba al niño. "¡El será un gran rey!"

El príncipe Siddharatha creció en el palacio.

Todo el tiempo el rey lo observaba.

Se aseguró de que su hijo tuviera lo mejor de todo.

Quería que Siddhartha disfrutara la vida de un príncipe.

Quería que se convirtiera en rey.

Cuando el Príncipe tuvo siete años su padre lo mandó a buscar.

"Siddhartha," le dijo, "Un día serás rey, ya es tiempo de que comiences a prepararte. Hay muchas cosas que tienes que aprender. Aquí están los mejores profesores de la tierra. Ellos te enseñarán todo lo que necesitas saber."

"Daré lo mejor de mí, padre," contestó el príncipe.

Siddhartha comenzó sus lecciones.

No aprendió a leer y escribir.

En cambio aprendió cómo montar caballo.

Aprendió a manejar el arco y la flecha, cómo luchar y cómo usar la espada.

Estas eran las destrezas que un valiente rey podría necesitar.

Siddhartha aprendió bien sus lecciones. Así mismo, su primo, Devadatta.

Los dos muchachos tenían la misma edad.

Todo el tiempo el rey estaba pendiente de su hijo.

"¡Qué fuerte es el príncipe," pensó, "!Qué inteligente. Qué rápido aprende. Qué grande y famoso será!"

Cuando el Príncipe Siddhartha terminaba sus lecciones, le gustaba jugar en los jardines de palacio.

Allí vivía toda suerte de animales: ardillas, conejos, pájaros y venados.

A Siddhartha le gustaba observarlos.

Podía sentarse a mirarlos tan quieto que a ellos no les daba miedo acercarse hasta él.

A Siddhartha le gustaba jugar cerca del lago.

Cada año, una pareja de hermosísimos cisnes blancos venía a anidar allí.

El los miraba detrás de los juncos.

Quería saber cuántos huevos había en el nido.

Le gustaba ver a los pichones aprender a nadar.

Una tarde Siddhartha estaba por el lago.

Repentinamente escuchó un sonido sobre él.

Miró hacia arriba.

Tres hermosos cisnes volaban sobre su cabeza.

"Más cisnes," pensó Siddhartha, "espero que se posen en nuestro lago."

Pero justo en ese momento uno de los cisnes cayó del cielo.

"¡Oh, no!" gritó Siddhartha, mientras corría hacia donde cayó el cisne.

"¿Qué ocurrió?"

"Hay una flecha en tu ala", dijo.

"Alguien te ha herido."

Siddhartha le hablaba muy suavemente, para que no sintiera miedo.

Comenzó a acariciarlo con dulzura.

Muy delicadamente le sacó la flecha.

Se quitó la camisa y arropó cuidadosamente al cisne.

"Estarás bien enseguida," le dijo.

"Te veré luego."

Justo, en ese momento, llegó corriendo su primo Devadatta.

"Ese es mi cisne," gritó.

"Yo le pegué, dámelo."

"No te pertenece," dijo Siddhartha, "es un cisne silvestre"

"Yo le fleché, así que es mío. Dámelo ya."

"No," dijo Siddhartha.

Está herida y hay que ayudarla.

Los dos muchachos comenzaron a discutir.

"Para," dijo Siddhartha. “En nuestro reino, si la gente no puede llegar a un acuerdo, pide ayuda al rey. Vamos a buscarlo ahora."

Los dos niños salieron en busca del rey.

Cuando llegaron todos estaban ocupados.

"¿Qué hacen ustedes dos aquí?" preguntó uno de los ministros del rey.

"¿No ven lo ocupados que estamos? Vayan a jugar a otro lugar."

"No hemos venido a jugar, hemos venido a pedirles ayuda." Dijo Siddhartha.

"!Esperen!" llamó el rey al escuchar esto.

"No los corran. Están en su derecho de consultarnos."

Se sentía complacido de que Siddhartha supiera cómo actuar.

"Deja que los muchachos cuenten su historia," dijo.

"Escucharemos y daremos nuestro juicio."

Primero Devadatta contó su versión.

"Yo herí al cisne, me pertenece." Dijo.

Los ministros asintieron con la cabeza.

Esa era la ley del reino.

Un animal o pájaro pertenecía a la persona que lo hería.

Entonces Siddhartha contó su parte.

"El cisne no está muerto." Argumentó.

"Está herido pero todavía vive."

Los ministros estaban perplejos.

¿A quién pertenecía el cisne?

"Creo que los puedo ayudar," dijo una voz.

Un hombre viejo venía acercándose por el portal.

"Si este cisne pudiera hablar," dijo el anciano, nos dijera a nosotros que quisiera volar y nadar con los otros cisnes silvestres. Nadie quiere sentir el dolor o la muerte. Lo mismo siente el cisne. El cisne no se iría con aquel que lo quiso matar. El se iría con el que quiso ayudarlo.

Todo este tiempo Devadatta permaneció en silencio.

Nunca se había puesto a pensar que los animales también tenían sentimientos.

El lamentó haber herido al cisne.

"Devadatta, tu puedes ayudarme a cuidar el cisne, si quieres," le dijo Siddhartha.

Siddhartha cuidó del cisne hasta que estuvo bien otra vez.

Un día, cuando su ala sanó, lo llevó al río.

"Es hora de separarnos," dijo Siddhartha.

Siddhartha y Devadatta miraron como el cisne nadó hacia las aguas profundas.

En ese momento escucharon un sonido de alas sobre ellos.

"Mira," dijo Devadatta, "los otros han regresado por ella."

El cisne voló alto en el aire y se unió a sus amigos.

Entonces todos volaron sobre el lago por una última vez.

"Están dando las gracias," dijo Siddhartha, mientras los cisnes se perdían hacia las montañas del norte.